Putrículas III: De Prometeos que corren sobre el filo

    Antes de nada, les advierto de que esta entrada revela detalles importantes de la trama de Prometheus. Si no la han  visto envidio su inocencia aunque no el que vayan a pasar en breve por el mal trago de ser desflorados por Lindelof les recomiendo que no la lean. Si la han visto también.


   Aunque pueda parecer paradójico, la recientemente estrenada Prometheus está más emparentada con Blade Runner que con la precuelizada Alien. Más allá de lo obvio, ambas optan por abordar el tema de la vida desde una perspectiva metafísisca con esporádicas pinceladas de misticismo y por guiones que ceden todo protagonismo a una apabullante ambientación, motivos por los que fueron destrozadas por la crítica del momento. Sin embargo, aunque los años han sentado bien a Blade Runner -las muchas relecturas que de ella se han hecho le han aportado una riqueza bastante mayor que la que tenía en su estreno- no parece probable que Prometheus acabe corriendo su misma suerte. ¿Porqué? Si preguntas es porque no la has visto. ¿Reflexiono o me alieno?...¡Esquizofreniaaaa! Pues porque el modo de hacernos reflexionar de Blade Runner consistía en arrojarnos cuestiones existenciales indiscriminadamente para, acto seguido, esconder la mano y dejar su respuesta en suspensión. La puesta en escena poética y el ritmo pausado favorecían un visionado reflexivo. Prometheus, un poco más pedestre, trata de dar una explicación trivial a cuestiones que no lo son en absoluto y que sinceramente no parecen tener mucho que ver con la trama. Un ejemplo: La vida en la Tierra es producto de los ingenieros. Vamos, sin paños calientes. ¿Tenían razón entonces los raelianos? Y, de surgir en otros planetas: ¿Cómo lo hizo en ellos? Teníamos un problema y ahora tenemos dos, genial.


 He visto cosas que vosotros no creeríais...
    Todo esto sería perdonable si por lo menos el guión estuviese bien construido. Que errático, pretencioso, contradictorio pedazo de mierda o hueco sean las primeras palabras que me vienen a la cabeza para definirlo no puede ser bueno. Tampoco juegan a su favor ni un desarrollo de personajes lamentable ni la evidente obsesión del guionista, Damon Lindelof para más señas, por añadir todo aquello que tuvo la desgracia de perturbar la habitual planitud de su electroencefalograma, lo que se traduce en una amalgama informe de referencias de Perogrullo y giros a ninguna parte.

    Nada que ver con el maravilloso guión escrito para la primera entrega por Dan O'Bannon -tristemente fallecido en 2009- que, aunque confeccionado con una materia más propia de la serie B, contaba con toda la sabiduría y lucidez de que carece éste. El libreto de O'Bannon parte de lo simple para edificar una trama sin fisuras, desarrollada en un universo coherente, con su propia lógica interna y, lo más importante de todo, poblado por seres humanos con los que es posible identificarse: Nada tiene que ver el impacto que causaba la muerte de un tripulante de la Nostromo con la de cualquiera de los peleles perfilados en base a, con suerte, un par de estereotipos que deambulan por la Prometheus. También destacaba por la sabia utilización de los golpes de efecto que además, cosa rara hoy en día, soportaban el análisis del espectador atento. Si bien es cierto que Lindelof no lo tenía fácil a la hora de sorprender al espectador, también lo es lo hizo de una de las peores maneras posibles: a no ser por un par de detalles tales como son las fechas y nombres planetas discordantes, difíciles de apreciar en un primer visionado, todo parece estar construído para disponer el escenario que tiempo después visitarán los infortunados tripulantes de la Nostromo. Sólo que no; al final las piezas no encajan y el espectador se queda patidifuso. Yo ya me estaba imaginando a Ripley y compañía ciegos a la chatarra humana diseminada en derredor de la nave alienígena, a Charlize Theron espachurrada debajo –pobrecita- y toda una miríada de errores de concordancia con la primera parte. Pero no, esta película resulta no tener nada que ver con las anteriores, aunque la trama parezca indicar todo lo contrario. Esto sí que era imprevisible y no los finales de Shyamalan.


¿Qué fue primero, el Alien o la banana?
    Es una pena ver lo mal que ha acabado un material de partida tan interesante en manos de Lindelof. Y, aunque yo no fuese la persona más interesada del mundo en que Scott materializase su amenaza de explicar la procedencia del Space Jockey (ese extraterrestre fosilizado que ahora resulta que era un humanoide grandote) y de porqué había un cargamento de huevos de alienígena en la bodega de su nave, la idea tenía potencial. Por mi parte, prefería la feliz decisión de sugerir en vez de explicitar que tan bien había funcionado en el primer film: aliviando al guión para centrarlo en la lucha por la supervivencia, convirtiendo a la criatura alienígena en un Lovecraftiano horror proveniente del espacio en lugar de a una vulgar arma química y dando pie incluso a una lectura trágica: la del destino compartido ambas naves a pesar de lo diferente de sus circunstancias. Scott nunca ha ocultado su deseo de arrojar luz sobre los orígenes de su película y llevar a los espectadores al Planeta de los Aliens, al igual que un día se le cruzaron los cables y se empeñó en modificar Blade Runner hasta dar a entender que Deckard era un replicante, aunque tan rocambolesca revelación fuese en contra del propio espíritu del film. Pero,  ansias autodestructivas aparte, resulta sorprendente que tras haber rehuído durante tantos años el regreso a la ciencia ficción, éste haya acabado siendo tan atropellado. Quizás la tortuosa preproducción de esta película pudiese explicar muchos de sus defectos puesto que, parece ser, se aleja bastante de la idea que tenía inicialmente en mente Ridley y que le hubiese valido una calificación R, pero debido al alto coste de producción, alrededor de los 130 millones de dólares, debió plegarse a las exigencias de la Twentieth en favor de una película más convencional. No obstante, los avatares de la producción no le eximen de no haber sabido abandonar el barco a tiempo y acabar filmando con el piloto automático lo que a todas luces era un guión deficiente. Quizás por desapasionamiento, quizá porque el 3D y la oscuridad no se llevan muy bien, decidió despojar a su criatura de la maravillosa ambientación de la película del 79 en pos de otra cercana a la del Cameron más aséptico y anodino. Y es que Prometheus se parece más a Aliens que al Alien del propio Scott; paradojas de la vida cuando, con eso de la presencia de pulpos y moco multicolor, el “homenajeado” debería haber sido claramente Jeunet.


¡Alien y Regreso al futuro están conecatadas!
¡Precuela explicativa ya!

    De la banda sonora poco se puede decir: es intrusiva y perfectamente olvidable.

    Finalmente, tengo que reconocer que el film sí invita a la reflexión: Al salir del cine, sentía que me había perdido algo, que tanta incoherencia sólo era producto de un visionado a la ligera, que no podía ser que una película tan cara y pretenciosa, dirigida además por uno de los grandes mitos del género, careciese por completo de sentido. Pero no; la realidad terminó por abrirse paso. Triste pero cierto: Lindelof y Scott se habían quedado conmigo.




    Aprovecho esta entrada para dedicarle un tardío adiós a Tony Scott: las feroces críticas que he vertido sobre él se deben a que era un director dotado de gran talento que sin embargo no supo o no quiso utilizar adecuadamente. De los directores realmente malos no me río, de hecho ni los conozco. Descanse en paz.  

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