Putrículas V: Kong, la Isla Calavera

  Para ser claro desde un principio; Kong, La isla Calavera, es, punto por punto, un buen representante del cine de acción-aventuras que se viene produciendo actualmente: toma una ambientación atractiva, desempolva una vieja historia de serie B, incluye en su reparto a un buen número de buenos actores de soporte para arropar a un par de estrellas en alza y dilapida todo ese potencial porque está enfocada a un público hiperactivo. En sus casi dos horas de duración no hay un solo momento de respiro: se nos presentan cantidades ingentes de personajes que nunca se llegan a desarrollar, se esboza un entorno evocador cada cuarto de hora que se termina difuminando en el siguiente y, especialmente, se interrumpe la progresión argumental en una metástasis de escenas de acción que se sienten completamente ajenas al propio medio fílmico.



  Kong es, no me malinterpreten, un gran ejercicio de esta forma de ver el cine, donde los personajes han pasado a ocupar un lugar secundario. Lugar que han de compartir con unos guiones que se preocupan más por esbozar historias sugerentes que en desarrollarlas y que se articulan como una reacción en cadena encaminada a volarnos el caletre. El escoger un género ya es cosa del pasado. ¿Para qué?, si pueden disfrutarlos todos juntos de una manera que dejaría a Griffith seco en el acto. Déjense llevar y, cuando finalmente se acabe el subidón, no dejen de asentir con reverencia ante la procesión de los nombres de los artíficies de tan complejo ejercicio dramático ni dejen tampoco de preguntarse por qué la miríada de técnicos hindúes que los suceden recibe un sueldo tan poco acorde con su aportación protagónica.

  Otro punto en que demuestra ser un alumno aventajado es aprovechando el talento de los actores de carácter que logra atraerse al son del monedero. Piensen sino en John C. Reillly y en lo jugoso de un personaje que es derribado en una isla poblada por monstruos en medio de la Segunda Guerra Mundial, que permanece olvidado del mundo por veinticinco años y en como logran convertirlo en un bufón que emite aleatoriamente frases desconcertantes. ¿Creen acaso qué es fácil? Hay que ser muy hábil para conectar con ese gusto tan de ahora, y para que negarlo de siempre, de reírse del tonto sin que el espectador se incomode. Debe de ser de gran alivio, en este mundo competitivo en que vivimos, sentirse algo menos desafortunado contemplando como la desgracia se ceba con más ahínco en los demás. Y cuanto más tonto es uno, más gracioso le parece el verse reflejado en el otro. Me produce especial hilaridad el ver como estos alivios cómicos van acrecentando su estulticia con los años.

 
   Y hablando de tontos; nada me produce mayor placer que coger al vuelo una referncia de perogrullo cuando me la arrojan a la cara. Ese sentir como se enciende la bombilla al identificar algo que me suena remotamente es enormemente gratificante y además ahorra mucho tiempo: para qué desperdiciar lo escaso de nuestra existencia en conocer si con que te suene algo ya puedes gozar del clímax sin fin del reconocimiento. Y es que Kong me ha traído a la mente un buen puñado de películas mejores, y además ha tenido el buen gusto de no recrearse en la referencia para que el deleite no se vea afectado por la sospecha del plagio.

  Pero no quiero terminar esta crítica sin elogiar lo rupturista del apartado musical: aquí no solo emplea la mísma banda sonora universal: no, en su primera mitad tira, uno tras otro, de todos los temas que uno se esperaría en una película de Vietnam. Deténganse un momento a pensar en lo radical de la propuesta: hasta ahora se había decidido tácitamente optar por una banda sonora original o por una sucesión de canciones pop, nunca las dos cosas juntas. Kong nos demuestra que las normas están para ser rotas y que no hace falta la melomanía desmesurada de un Tarantino, que Spotify es tan buen consejero musical como el que más.

  Al final ya ven que no hablo mucho de Kong, de los aspectos concretos de tanto elogio; pero han de perdonarme el que me centre más en el género que en su ilustre representante, no podría ser de otro modo con una película tan genérica, de tan poca enjundia que no dudo la habré olvidado por completo la próxima vez que me dirija al cine para ver otra tal. O incluso puede que le suceda la peor de las suertes de una obra: el que el público la confunda con otra en el lodazal de la memoria.

Canciones de mierda

 


    Muchas son las canciones que en el mundo han sido, incontables, así como los autores que con mayor o menor acierto les han puesto letra. Y casi todas tratan sobre eso que los necios se obstinan en llamar amor: Las hay sobre gente que está berraca bebe los vientos por otra que la ignora felizmente; sobre lo mucho que se quieren Manolito y Pepita, flor de un día, ajenos a una coda que, trufada de reproches, terminará por devolverles el seso; canciones acerca de miradas que se encuentran, sobre frote roces, abrazos, sonrisas psicóticas cómplices, besos... Es tal la saturación que enmascara incluso el auge de dos temáticas de ¿Nuevo? cuño: las canciones bacaladeras que hablan de la fiesta en tanto que fiesta en sí misma, temas bailongos sobre el bailar, ¿Se imaginan que pasase lo mismo con las de amor? y las que encierran una lectura sexual en medio de un estribillo mongolizante: Algo así como esta página, pero musicalizada. Pero, no desesperen: Aunque residuales en comparación, otras inquietudes humanas han encontrado su hueco en el mundo de la música. Incluso la mierda. Y no me estoy poniendo metafórico.

    No es tema baladí, la mierda dice mucho de nosotros como sociedad; siendo incluso que filósofos como Slavoj Zizek ocupan en ella sus cavilaciones. Y, aunque la poliédrica naturaleza que le confiere su polisemia posibilita multitud de lecturas, la recopilación que sigue se centra en las meramente excrementicias. Así, quedan fuera un sinnúmero de significados que le han granjeado su identificación con lo malo sumada a cientos de generaciones con poco apego a ampliar su vocabulario. ¡Te voy a...! ¿Cómo se decía? Era algo malo, la mierda es mala. Ya sé: ¡Te voy a hacer mierda! Eso si me levanto de la silla, porque estoy un poco... Vaya, otra vez. Me cuesta pensar. ¡Vaya mierda! ¡Eso, eso es! Tengo una buena mierda encima.

     Algunos estudiosos sostienen que estas canciones han sido fuertemente influenciadas por los poemas de urinario, pero la realidad es bien distinta: Para el sedente poeta vateril, el objeto literario está presente en el momento mismo de la composición o próximo a su materialización, por el contrario, la escatología musical nos presenta una idea de largo recorrido en la mente del compositor, en la que ya la mierda comenzó a ejercer su fascinación desde la tierna infancia. Quizás un día, paseando, un mojón captó su atención por primera vez; vermiforme, marrón, inerte, salado acechando inmóvil las suelas de los viandantes; y se agachó a recogerlo con cuidado, intuyendo la naturaleza frágil del ser que, cálido, se hundía bajo la presión de sus dedos. ¿Qué podría ser ese objeto tan fascinante? Intrigado, fue corriendo al encuentro de su madre con una sonrisa de oreja a oreja y se lo enseñó orgulloso. Pero, cuál no sería su sorpresa cuando ella lo recibió con el rostro arrugado por el asco. ¿Qué pasaba? Y a la estupefacción la siguió el miedo cuando mamá comenzó a tirarle con fuerza del brazo al tiempo que le gritaba órdenes confusas. Gente volviéndose hacia él, su madre vociferando, el llanto pugnando por brotar, un olor penetrante; y, de pronto el restallido de un bofetón contra la cara que hace que la mierda se le escapase de la mano y acabase estrellándose aparatosamente contra el suelo -Plaf-. Pobre mierda, descompuesta sobre la acera. Y nuestro tierno infante intuye que ser mayor consiste en odiar muchas cosas, entre ellas la caca. Y como todos los niños, interioriza la muerte de su amigo jugando, cantando y mofándose de ese cagarro anónimo con el que llegó a conectar, aunque sólo por un instante.

    Esa es la génesis de la idea. Idea que ha de volver años después en ese momento turbulento que es la adolescencia. El joven busca sobreponerse al debilitamiento de la figura paterna, que deja de ser un referente al que imitar. ¿Qué es más fácil entonces que atacarla, definirse rompiendo con todo lo que le ha enseñado hasta entonces? Llega entonces la venganza de esa pobre mierda, ese reproche guardado durante tantos años. Y de la boca del joven brota un manantial de heces que, por momentos, acrecienta su caudal espoleado por el desagrado con que lo acogen los mayores. Pero la San Ildefonsiana claridad con que borbotea se torna en una estridencia de gallos al tiempo que la cara se le llena de granos. Mas -¡Horror!- no es éste el único cambio que ha de operarse en nuestro púber: Todavía están por llegar las afloraciones pilosas en lugares impúdicos, los vaivenes emocionales, la visita nocturna del duende que nos ensucia los calzoncillos, la imposibilidad de broncearse otra cosa que no sea la espalda y lo más duro de todo: Una extraña inclinación hacia el sexo contrario, o hacia el mismo, acompañada de una cierta incomodidad. Dualidad inexistente días antes y que habrá de acompañarlo el resto de su vida. Sea como fuere, tras la llamada de la naturaleza, se lanza febril al cortejo. Aunque, por desgracia, si sabia es la naturaleza, tiene a bien guardárselo para sí, y no nos dice como galantear, por lo que cada uno ha de buscarse la vida como buenamente puede. Entre las muchas opciones posibles, nuestro Romeo opta por montar un grupo y trovar bellas cantigas de amor con las que hacer que las damas caigan rendidas a sus pies. Pero, desgraciadamente, cantar al amor no se le da muy bien, así que, despechado, decide invertir toda esa enseñanza musical en componer temas satíricos. Y qué hay más cachondo que loar al sorete, ese viejo amigo. Sin saberlo, ha escogido el camino más largo para follar.

    Pero no se aflijan, el arte suele florecer en las almas atormentadas. Quizás la semilla de los siguientes artistas se pierda en vano, pero siempre nos quedarán sus canciones:

"M.I.E.R.D.A." DE LEHENDAKARIS MUERTOS.


    Comencemos por los grafemas de los que se compone nuestra palabra. La adición sucesiva de todos ellos ilumina nuestro intelecto con tan feliz idea. ¿Qué mejor canción entonces para ir abriendo boca?

"BANDEJITAS, LATAS Y PAQUETES" DE LA POLLA RECORDS.


    Pero la referencia no es siempre tan inmediata; a veces, su presencia ha de deducirse, aunque sobrevuele todo el tema. Y no; aunque también se la invoque por su nombre, me refiero a algo más "metafórico". Ya ven que la poesía imita a la vida; a momentos como aquellos en que el rítmico claqueo de nuestro caminar se ahoga súbitamente y notamos que el firme del suelo se hunde; sin mirar, ya nuestra nariz nos advierte de la naturaleza del suceso: Poesía.

"LA CACA DE COLORES" DE SINIESTRO TOTAL.


    Como no siempre llueve a gusto de todos, también hay quien no está satisfecho del fruto de sus intestinos. Como denuncia este tema, algunos lo perciben como algo vulgar, algo de lo que avergonzarse. Al igual que los gabachos, tampoco los modernos aprecian sus tradicionales color y textura. En su ánimo de ruptura pretenden  acabar con la ortodoxia del fecar mantenida con celo, generación tras generación, por nuestros ancestros. Cacas modernas, cacas existenciales, cacas desesperadas; vanos intentos de estreñimiento extrañamiento.


"PANTERA ROCA" DE MAMÁ LADILLA.


    Todo lo contrario le sucede a Mamá Ladilla: Un grupo que ha llamado a algunos de sus discos como "Analfabada", "Autoretrete" o incluso le ha dedicado el conceptual "Disco Brown" al sorete, tiene necesariamente que amar el acto del fecar. Canciones como la sinestésica "Dolor a mierda",  la inequívoca "Pastel", "Devórate otra hez", "Toilet" o "Introrretrete" dan buena fe de ello, aunque en ninguna se recreen con más deleite que en ésta.

"LA SEQUÍA" DE ALBERT PLÁ.


    La mierda huele mal, no es ningún secreto, y su presencia se vuelve incómoda al tiempo de haber cagado, acto por lo demás totalmente necesario. En el amor, tampoco nos es grata la obstinación del desconocido de rigor por pernoctar en nuestra cama. El onvre o muhé de hoy, lejos de renunciar a tan placentero acto, se ha provisto de los medios necesarios para evitarse sus inmundas consecuencias. Y ya saben: Sólo caga bien el que ensucia la taza, y para limpiarla hace falta agua. Siendo que con su ausencia se nos impone una convivencia no prevista y mucho menos deseada. Los seres pusilánimes optan entonces por bajar la tapa, cerrar bien la puerta de baño, y no dejarse caer por allí más de lo necesario. Pero esa mierda los atormenta constantemente: Piensan en ella al comer, viendo el Sálvame Deluxe, al leer las memorias de Aznar... ¿Para qué mortificarse?: Si les gusta el cagar, gózenlo hasta sus últimas consecuencias. No podemos quedarnos sólo con lo bueno. Sigan el ejemplo propuesto por Albert Plà y asómense a esa taza en que macera la cena de hace una semana; no la observen analíticamente cual alemán, háganlo con amor. Y si no lo consiguen, recuerden que el roce hace el cariño. Por cierto, aquí tienen la letra traducida al español.

"COPROFAGIA" DE DEF CON DOS.


    Pero no todo tiene que reducirese a los análisis contemplativos o a lo epicúreo del cagar; también es aconsejable abordar tan sustancioso tema desde la pragmática. Ajena todavía al gravamen del IVA, la ingesta heces se ha constituído en saludable alternativa al Hacendado.


"AGÜÍTA AMARILLA" DE LOS TOREROS MUERTOS.


    Se preguntarán que pinta el pis en tan ilustre tema. Lo hace primeramente como miembro de pleno derecho de la familia de la escatología pero, especialmente porque es mucho más difícil dedicarle el monográfico que realmente se merece. Los Toreros Muertos llenaron un vacío intolerable en nuestra música al tiempo que entraban en el olimpo de las letras hispánicas a la diestra de Jorge Manrique. Ahora que lo pienso, la asociación no es tan casual como pueda parecer a simple vista: Después de plantar un pino, lo propio es regarlo. Desde 1986, año en que se popularizó esta canción, los homeópatas ya no son cabaces de concebir el sueño.

"ATAQUE DE CACA" DE LOS MOX.


    Uno de los factores que más influyen nuestra reacción al saltar las alarmas del recto, es el del entorno en que nos hallamos. De no ser el idóneo, pasarmos a valorar lo apremiante de la emergencia. En caso de habernos quedado sin margen de maniobra, el fecar puede convertirse en algo muy embarazoso: No todos comprenderían que, de pronto, nos diésemos a nuestro placer favorito en su presencia. O quizás sí, pero eso amigos ya es otra historia.

"THE GASMAN BLUES" DE THE FART GUYS.


    "Tanto Goear como YouTube han tenido la desfachatez de no incluír este maravilloso tema en su biblioteca. Mas no desalienten, si tienen Spotify podrán disfrutar de su maravillosa sonoridad. Búsquenlo, no se arrepentirán."

     Para evitarnos el bochorno antes descrito, Dios ha tenido a bien proveernos del don de la profecía. Y, aunque no funciona siempre, un divertido efecto sonoro nos avisa de la cercanía de una masa de mierda oprimida que pugna por liberarse. ¡No me dirán que no son estas profecías más gozosas que las del mismo Malaquías! ¡Y con qué júbilo las profieren algunos!

"W.C" DE PORRETAS.


    Suponiendo que los hados nos hayan sido favorables, habremos tenido el tiempo suficiente para arrastrar nuestras posaderas al cagadero. Lugar en que embriagarnos de paz pero que, al igual que todo paraíso, nos veremos obligados a abandonar tarde o temprano. Es entonces cuando se hace imprescindible el invento de los hermanos Scott: Ya sólo nos queda rebañarnos el orto y regresar al mundanal en lugar del anal ruído.

"ODA AL PAPEL HIGIÉNICO" DE LA TRINCA.






 

La berracada del día V

    Mamá, es es ese edificio que parece una enorme...


Pene Agbar

Recomendar por recomendar: Asesino en serio.


  Muchas veces, asumir como propia la opinión mayoritaria nos reconcilia con la humanidad; con unos conciudadanos que hacen gala de un enorme criterio a la hora de calificar como mala a una película -aunque no sean tan certeros dirigiendo sus alabanzas-. Y eso es bueno, porque el engranaje social se pone en marcha para evitarnos malgastar el dinero en ver bazofia.¡Prometheus no puede ser mala!¡La gente se equivoca! Sin embargo, no son pocos los filmes que escapan al escrutinio público; especialmente aquellos minoritarios y/o aberrantes. Espectro que incluye a esta película y a la mayoría de las pertenecientes a mi filmoteca: No todo el mundo puede apreciar la enorme y depravada inteligencia que atesora, no porque no sean imbéciles, sino porque están cuerdos. Por eso nos acercamos a este tipo de obras casi a ciegas, temerosos, azuzados por la curiosidad que vaya a saber usted qué detalle ha despertado en nuestra mente enferma. En mi caso fueron dos: Un guión centrado en un asesino que mata a base de ¡MEGAORGASMOS! y de Santiago Segura haciendo el papel de cura. Ya conocen mis fetiches clericales. Pero vayamos por partes:

    El guión no es una obra de precisión ni nada que se le parezca, pero está lo suficientemente bien armado para que el argumento no ceda todo protagonismo al ¡MEGAORGASMO!. Pivota sobre dos tramas entrecruzadas cuyo eje es el comandante Martínez (Jesús Ochoa): En primer lugar una policíaca relacionada con un asesino, si puede llamársele de esa manera, que mata a sus víctimas de placer -¿Proporcionar un ¡MEGAORGASMO! mortal puede considerarse homicidio?- y en segundo una amorosa que rápidamente torna en otra de engaño y celos alrededor de su joven novia Yolanda (Ivonne Montero). Los sospechosos que se llegan a barajar en la investigación son Onofre (Daniel Giménez Cacho), un arqueólogo especializado en culturas prehispánicas, y el disoluto párroco Gorkisolo (Santiago Segura).

    Sería interesante psicoanalizar a Javier Valdés -autor tanto del libro como del guión- y a parte de la población masculina para llegar al fondo de la cuestión de por qué el orgasmo, cuantitativamente elevado a ¡MEGAORGASMO! puede trascender su placentera acepción para devenir en muerte. ¿Es matar de gusto llevar un paso más allá lo que se entiende como una forma de violencia en sí misma? ¿El oscuro anhelo de quién sabe que no puede satisfacer sexualmente a su pareja? ¿La sexualidad femenina algo tan simple como para poder fundir los plomos de cualquier buena moza tras tocarle el botón correcto? ¿Suya o nuestra? Es mejor no meterse en estos berenjenales y disfrutar de una divertida película. Aunque...

     El trabajo actoral es correcto, mucho mejor de lo que a priori se podría esperar de un reparto curtido en mil y una intrigas de sobremesa; en ese género en que lo más banal da lugar a las más histriónica explosiones que es el del culebrón. Entre todos destaca un descacharrante Santiago Segura, no porque su interpretación sea la mejor, sino por la absoluta irreverencia con que construye a un cura licencioso y pendenciero: Los momentos en que narra sus calaveradas son sin lugar a dudas lo mejor del film. Tampoco me olvido de la caracterización que del forense Vivanco hace Rafael Inclán, que arranca más de una risotada.


    De la producción y la dirección tampoco se pueden decir muchas cosas: Se trata de una coproducción hispano-mejicana del 2002 a tres bandas entre Altavista Films y las compañías de Benicio del Toro (Tequila Gang) y Santiago Segura (Amiguetes Entertainment), siendo la cabeza visible la de Antonio Urrutia; en la que es una dirección muy correcta.

    Llegado a este punto podrían preguntarse por el motivo de que les hable de esta medianía. En primer lugar porque, tal y como anuncia el encabezado, esto va de hacer recomendaciones irreflexivas; pero, especialmente, porque es de ese tipo de películas que se ven con una sonrisa dibujada en la cara, gesto desencajado y ojos en blanco si son unos degenerados como el que esto suscribe, que a veces cede ante una sonora carcajada. Una forma de hacer comedia que parece que se está perdiendo entre tanta chorrada referencial; una película que cocina a fuego lento sus propios gags sin robar los de los demás parodiar a nadie.

    Recuerden que, si no les gusta, siempre les quedará el consuelo de saberse gente sana.

De pajaritos y pajarracos

    No sabría decir en que momento comenzó todo porque, como en la mayoría de cambios, sus orígenes se pierden en la bruma del recuerdo. Hace años, mi mirada debió sobrevolar el término con indolencia, ajena al fastidio con el que hoy nota su insolente persistencia; seguramente en una cafetería: remanso en que darse a la lectura de un diario tendencioso y adoptar un par de ideas de prestado entre sorbo y sorbo de café humeante... Mientras, a miles de kilómetros, un risueño Juan Valdez seguido de su inseparable mula, trota risueño colina arriba en esa arcadia que debe ser el campo colombiano: un acercarse a a un cafeto para comprobar la calidad del grano, certificada con otra sonrisa; un volverse al camino para al poco saludar a un amigable miembro de las FARC; Conchita, avanzando a duras penas tras su amo, quebrado el espinazo bajo las sacas, preocupada por el redoble en la lejana sierra, ignorante de la saña con que la DEA castiga lo más selecto de la industria agrícola del país; finalmente, Juan Valdez nota nuestra presencia y, recortado sobre la selva nos despide con el brazo. Con fastidio somos arrancados de nuestra ensoñación para regresar a una realidad en crisis. De nuevo entre las páginas del periódico, de nuevo con el respaldo de la silla clavándoseme en los riñones, aplanado el culo; me sorprende lo avanzado de la lectura y pienso en los titulares, quién sabe si párrafos enteros, leídos maquinalmente: ¿Habrán dejado algún poso en mi subconsciente?¿Se colaría así la fastidiosa palabra entre mis pensamientos, tuteándolos cada día con más descaro? ¿O la realidad fue bien distinta? Sea como fuere, percibo con tristeza la indiferencia que causa el amancebamiento de lo analógico y lo digital; que las redes sociales asomen por entre las páginas de ese delicioso anacronismo que es el periódico. La banalidad de unas desentona con ese pretendido ánimo de lavarnos el cerebro informar del otro, de trascender el mundanal ruido para comprender un poco mejor una realidad que nos asfixia. Twitter es una cacofonía vana: el siguiente y van... paso en la comunicación, los gorjeos de una comunidad a la que ya no basta con mutilar la gramática en pos de la inmediatez, sino que ahora se ha decidido por hace lo propio con las ideas, los conceptos...



    Twitter, a diferencia de otras redes sociales, no busca una comunicación horizontal sino vertical, al estilo de esta santa casa: Blogger -la plataforma que me permite difundir mis ideas a una audiencia a la que no le importan, lo cual demuestra su enorme criterio. ¡Gracias Google!-. Precisamente por eso se la define como plataforma de microblogging. Con la brevedad de las entradas por seña, escasos 140 caracteres, parece recuperar una forma de escritura que se creía extinta, conservada únicamente por un reducido grupo de literatos anónimos en los baños públicos: el epigrama. Twitter podría haberse convertido en un interesante proveedor de noticias, tal que un teletipo personalizado, o en el hábitat en que Paulo Coelho nos asaete a cuestiones de metafísica basura, pero lo ilimitado de la inventiva humana le ha asegurado usos bastante más lamentables. Podría extenderme más pero: ¿Qué les voy a contar a ustedes?

    A simple vista, Twitter presenta dos problemas fundamentales:

  • En primer lugar nos topamos con que los 140 caracteres se erigen en barrera formidable para desarrollar una idea de cierta complejidad; como mucho dan para aseveraciones u opiniones infundadas. Eso si pretendemos contar algo, sustancioso...
  • El graznador twittero promedio supone que los demás, sus incautos seguidores, han de sentir una extraña fascinación por toda cuanta chorrada se le ocurra, incluidos los pormenores de su miserable existencia. Algo que parece entroncar con esa aspiración humana de alcanzar la fama sin aportar nada de provecho: Fama por ser quiénes somos, fama que emana de nuestra persona, aunque esté revestida de la mayor de las mediocridades. Sin lugar a dudas esto refleja un problema de fondo mucho mayor que excede el ámbito de este análisis y, para que negarlo: de mi capacidad y paciencia.
    Pero lo realmente inquietante es su parecido con un enorme patio de vecinos: Siempre prestos al linchamiento, a la grotesca deformación del boca a boca y a someter al pobre infeliz que ha tenido a mal atraerse el sambenito del "hashtag" a la picota digital. ¿Pensaba que los ajusticiamientos públicos habían pasado de moda? No se engañe, ahora los autos de fe son "trending topic": No hemos cambiado nada. Tampoco en lo de meter anglicismos con calzador: ¿Qué tienen de malo "etiqueta" y "temas más populares" para que no los quieran?

#Estoyapuntodelkjdfakjkldsfjakyyyyyyyyyyyyyy
    Y eso pasa a la prensa, y, como es normal, me cabreo y pienso no ya en bandadas de pajarracos, sino más bien en una piara de cerdos famélicos alrededor de un pesebre vacío. En un porquero que se acerca con un cubo de desperdicios y que, tras verterlo, sale corriendo. Al instante, los cerdos se confunden en un torbellino de cabezas que pugnan por un bocado, cabezas que lanzan mordiscos al aire, de marranos saltando sobre los demás mientras retumba una cacofonía de gruñidos, oinks y gñies; cuerpos rosados cubiertos por una capa de barro y mierda; una pestilencia asfixiante. Siempre hambrientos, siempre esperando a una nueva ración de sobras.

    La voracidad es el mayor de los males de la red que termina por trasladarse al papel. Trufando las páginas de polémicas estériles sobre tales o cuales palabras de una Mariló Montero, un Wert o una Amaia Montero, habitualmente sacadas de contexto. La reflexión completa de Mariló diluía un poco la estulticia de su tesis; Wert, aunque pésimo ministro de Educación, no es tan radical como parecía indicar la oración más dura de su discurso, excesiva sin la compañía de otras que la matizasen, y cualquier desdichado seguidor de Amaia Montero podría confirmar que su febril actividad a la hora de acuñar moñadas la expone a que de tanto en tanto haga saltar los plomos en mentes menos cándidas. Pero eso no pareció importar a los miles de twitteros que se cebaron con ellos. Hecho que no hacen más que confirmar el ímpetu irreflexivo de los mismos, de su inflamabilidad ante la insensatez de cualquier pirómano.

    Mi alusión al epigrama no era casual, puesto que se trata de una composición especialmente funeraria: Sellamos con cada twitt la tumba de nuestra cultura. Siglos y siglos de pensamiento abandonados a la putrescencia. Palada tras palada.

Twitter es una mierda. Suena rotundo, despojado de vehículo que ha de dárselo a entender. Sin matices, a lo bruto. Lejos de un trino, más cercano a la reverberación de un trombón, genuflexión de su autor, un sonido húmedo...

La berracada del día IV

LA ERÓTICA DEL FUTBOLÍN:

    El futbolín es más que un juego, mucho más: es la síntesis del pensamiento de ese gran filósofo que fue Alexandre de Fisterra. Por desgracia, este hecho es desconocido para la mayor parte de los mortales que no ven en él mas que un vulgar entretenimiento, un juego de bar. ¡Qué ceguera!

    Me propongo por tanto desentrañar la profunda alegoría que oculta su práctica. La próxima vez se lo pensarán dos veces antes de desatar poderes que no pueden comprender. Así que, en dos hileras enfrentadas mango en ristre, prepárense para ensanchar su comprensión de los juegos populares en todas sus acepciones.

Rooney, en el preciso instante de convertirse en jugador de futbolín.

    El futbolín es realmente un complejo juego de metáforas sexuales que, de igual modo que las estrellas para los navegantes, guía al salido hacia la consecución de sus más abyectos deseos al enamorado a ser correspondido en sus anhelos amorosos. El objetivo del juego no deja lugar a dudas: gana el que la mete primero. Para ello pueden emplearse un sinnúmero de estrategias que pueden sintetizarse en dos corrientes antitéticas:

  • La primera nos propone un acercamiento reflexivo al juego: por medio de pases y controles precisos, hallar un hueco por dónde habremos de colarla hábilmente. Su axioma es: seleccionar la jugada y ejecutarla con una maestría mayor que la desplegada por el contrario para frustrarla; con suerte, el rival no se percatará de nuestra intención hasta que ya sea demasiado tarde. Se trata de una variante sutil, elegante del juego, practicada solamente por aquéllos conscientes de su dominio del mismo.
  • La segunda, un poco más pedestre, consiste en rematar toda cuanta pelota se ponga a tiro sin mirar a dónde, puesto que alguna ha de entrar. Esta táctica es conocida en los ambientes menos académicos como "tirar p'alante". El equipo que la emplea, en asumiendo tanto su inferioridad técnica como su carencia del aptitudes naturales para el juego, supedita toda probabilidad de éxito al factor suerte. Estudios científicos totalmente absurdos, de esos que hacen bulto en el telediario han demostrado una desconcertante predisposición, por parte de este grupo a poseer mayor fuerza en su brazo bueno que los sujetos del grupo anteriormente mencionado.
Existen múltiples configuraciones de juego.
¿Un dos para uno mientras un cuarto mira? ¿Por qué no?
Sólo existe una norma escrita: A mayor número de participantes, más diversión.

    Ya sea meterla o embocarla -simple cuestión semántica-, la partida consiste en una repetición finita de este simple principio. Nada más importa: El mundo se desvanece ante este anhelo, partida tras partida, intentando meterla antes de que sin que te la metan a ti. Es entonces cuando, llegando el juego en su clímax, ambos contendientes igualados, intenso el peloteo y un último arreón, suena un plaf y se hace el silencio. Un breve momento de estupefacción, y ambos bandos se miran, perladas de sudor sus frentes, agitadas sus respiraciones. La gloria para el ganador, efímera en tanto que una nueva partida está a punto de comenzar; para el perdedor, tan sólo la acerba derrota y un brazo dolorido...
No sabría decir porqué, pero este futbolín me resulta perturbador.
    Juego ideado en la Guerra Civil, -"en el Año de la Pera D.C., de la paja en ojo ajeno, de la búsqueda de setas en los crepúsculos de invierno", que dirían Siniestro Total- vestigio de una época en que el refocilo estaba muy caro; hoy sus postulados nos pueden parecer un tanto obvios, puesto que la mayoría de nosotros podríamos ser considerados teóricos de la materia, pero su práctica ha dulcificado la vida de múltiples generaciones y parece tener tener el futuro asegurado para solaz de nuestros hijos y nietos.
 

Putrículas IV: Salvajes


    Valorar esta película no me ha resultado sencillo por el mismo motivo que me decidió a verla en lugar de "A Roma con amor", "Blancanieves", "El artista y la modelo" o "Holmes & Watson. Madrid Days", bueno, esta última quizás no (fue hace un par de semanas): La dirige Oliver Stone, uno de mis directores favoritos. Y, aunque el avance no terminase de convencerme del todo, pensé que al compartir temática terminaría por parecerse a "Asesinos Natos" o "Giro al Infierno": Pequeñas obras maestras filmadas exquisitamente, de ritmo desquiciado y dotadas de un cáustico humor negro. En definitiva, me ciegan los prejuicios a la hora de valorar una película que, sin ser mala del todo, no está a la altura de maravillas como "Salvador", "Platoon", "Wall Street", "Nacido el Cuatro de Julio", "JFK" o "Alejandro Magno". Tampoco se halla su lugar entre las obras menores del director, las que sin alcanzar el nivel de sus mejores trabajos ya quisiesen para sí muchos otros. No, Salvajes cae más bien del lado de "World Trade Center" como obra absolutamente lamentable impersonal.

    El guión, escrito a tres manos por el propio Stone junto a Shane Salerno y al autor de la novela original: Don Wislow, gira alrededor de dos amigos de Laguna Beach que han hecho fortuna produciendo y distribuyendo marihuana de alta calidad. Mientras que Ben (Aaron Johson) se encarga de los aspectos botánicos y mercadotécnicos del asunto, Chon (Taylor Kitsch), ex Navy Seal traumado en Afganistán, hace lo propio con la parte expeditiva del negocio. El resto de personajes estadounidenses son O (Blake Lively) por Ofelia; que siempre queda muy culto citar a Shakespeare...touché, con la que ambos amigos forman un ménage à trois y Dennis (John Travolta), el agente de la DEA al que untan para seguir prosperando. Pero no todo va a ser alegría: un buen día el Cártel de Baja, deseoso de expandirse por el país del Tío Sam a la vez que mejora sus técnicas de producción, les ofrece un negocio que no podrán rechazar. Como Ben y Chon no parecen muy entusiasmados con la idea, secuestran a O para extorsionarlos, pero les acaban saliendo respondones y se inicia una espiral de violencia que arrasará con todo y con todos. Los miembros principales del Cártel son "La reina", interpretada por Salma Hayek, y su mano derecha Lado, al que presta sus facciones Benicio del Toro.

El trío de protagonistas: De largo lo peor de la película.
Recuerden que esta situación es producto de un chascarrillo lamentable.

    Se trata de una historia simple, perfecta para que Stone plasme en ella sus inquietudes personales. Como el resto de su cine trata sobre la violencia, ya sea esta física, económica o política; advierte sobre los males que aquejan a los Estados Unidos y, especialmente, nos muestra a una sociedad americana inocente y autosatisfecha que se da de bruces con la cruda realidad del mundo. Sin embargo, la mano de Stone, parece percibirse solamente en el título. Salvajes, apelativo con que unos y otros tildan al bando contrario; expresión liminal, que busca deshumanizar al enemigo, fijar con él una distancia insalvable. Siendo un tema recurrente en su ciclo de la guerra del Vietnam, es sin embargo en "Alejandro Magno" donde alcanza mayor protagonismo: En plena paranoia antimusulmana post 11-S, Stone nos recordó que el odio y la incomprensión entre ambas civilizaciones es milenario. No por nada, son los griegos los acuñadores del término "bárbaro" -primo semántico de aquél que nos ocupa- con el que regalaban los oídos de todos los que no compartían su idioma y cultura, consideración muy parecida a la que los persas tenían de sus vecinos comedores de moussaka. La lectura política era y, por desgracia, es evidente.

O el decorador de los zulos del Cártel de Baja es un cachondo,
o esta imagen pinta lo mismo en este post que en la película.
    Pero si decepcionante resulta el argumento, mucho más lo son las pésimas personalidad e interpretaciones del trío protagonista. Reconozco la dificultad de desarrollar a tres personajes simple y llanamente imbéciles, con inquietudes propias de un protozoo, de actitud rayana en la suicida y, para más inri, artífices de conversaciones sonrojantes -me viene a la mente un chascarrillo sobre Paul Newman que debiera ser delito federal-: pero he visto a zombis más expresivos. El trío amoroso no resulta nada creíble y, si no fuese por el par de videocliperas escenas de sexo con que arranca la película y de algún que otro diálogo, totalmente obviable. Un acercamiento tosco, supongo que en pos de un poco de polémica, muy alejado de la profundidad con que lo abordan obras como "Jules et Jim", "Soñadores" o "Y tu mamá también" o del espíritu calentorro de otras como "Juegos Salvajes". Vamos, que está ahí para hacer bulto. Para rematar la faena, Ophelia, que hace las veces de narradora, trufa el film de aseveraciones de perogrullo y unas moñerías más propias de esas películas que un hombre sólo va a ver cuando le interesa más lo que tiene a su lado que lo que se proyecta en la pantalla. Siendo sinceros, deseé que los narcos hiciesen bien su trabajo y se los cargasen a todos.

    Deseo que procede de hecho del que los actores mejicanos sí estén a la altura: especialmente una Salma Hayek a la que recuerdo pocas interpretaciones tan buenas y a un Benicio del Toro genial, como casi siempre. También es cierto que el guión los trata con un poco más de cariño y el director de casting también, para que negarlo.
Lo mejor de la película...no me entiendan mal.

    Además, me gustaron la histriónica actuación de John Travolta, no sé si calificarla de buena o mala pero pega bastante con el tono desfasado del film, y algunos momentos puntuales que me recordaron visualmente a "Asesinos Natos", como la escena del secuestro de O. Lo del final doble, ni me convence ni deja de hacerlo: En otra película podía ser un recurso rompedor pero en esta, y a esas alturas de proyección ya me daba un poco lo mismo.

    Resumiendo: Una dirección de Stone tan sólida en lo visual como impersonal en el fondo, un elenco totalmente descompensado y un guión algo confuso en el que los gringos llegaron tarde cuando se rifaban las personalidades. A diferencia de muchos descreídos, yo confío en el enorme talento que atesora el director y espero con ilusión su próxima película: ¿De nuevo un film político?