La berracada del día IV

LA ERÓTICA DEL FUTBOLÍN:

    El futbolín es más que un juego, mucho más: es la síntesis del pensamiento de ese gran filósofo que fue Alexandre de Fisterra. Por desgracia, este hecho es desconocido para la mayor parte de los mortales que no ven en él mas que un vulgar entretenimiento, un juego de bar. ¡Qué ceguera!

    Me propongo por tanto desentrañar la profunda alegoría que oculta su práctica. La próxima vez se lo pensarán dos veces antes de desatar poderes que no pueden comprender. Así que, en dos hileras enfrentadas mango en ristre, prepárense para ensanchar su comprensión de los juegos populares en todas sus acepciones.

Rooney, en el preciso instante de convertirse en jugador de futbolín.

    El futbolín es realmente un complejo juego de metáforas sexuales que, de igual modo que las estrellas para los navegantes, guía al salido hacia la consecución de sus más abyectos deseos al enamorado a ser correspondido en sus anhelos amorosos. El objetivo del juego no deja lugar a dudas: gana el que la mete primero. Para ello pueden emplearse un sinnúmero de estrategias que pueden sintetizarse en dos corrientes antitéticas:

  • La primera nos propone un acercamiento reflexivo al juego: por medio de pases y controles precisos, hallar un hueco por dónde habremos de colarla hábilmente. Su axioma es: seleccionar la jugada y ejecutarla con una maestría mayor que la desplegada por el contrario para frustrarla; con suerte, el rival no se percatará de nuestra intención hasta que ya sea demasiado tarde. Se trata de una variante sutil, elegante del juego, practicada solamente por aquéllos conscientes de su dominio del mismo.
  • La segunda, un poco más pedestre, consiste en rematar toda cuanta pelota se ponga a tiro sin mirar a dónde, puesto que alguna ha de entrar. Esta táctica es conocida en los ambientes menos académicos como "tirar p'alante". El equipo que la emplea, en asumiendo tanto su inferioridad técnica como su carencia del aptitudes naturales para el juego, supedita toda probabilidad de éxito al factor suerte. Estudios científicos totalmente absurdos, de esos que hacen bulto en el telediario han demostrado una desconcertante predisposición, por parte de este grupo a poseer mayor fuerza en su brazo bueno que los sujetos del grupo anteriormente mencionado.
Existen múltiples configuraciones de juego.
¿Un dos para uno mientras un cuarto mira? ¿Por qué no?
Sólo existe una norma escrita: A mayor número de participantes, más diversión.

    Ya sea meterla o embocarla -simple cuestión semántica-, la partida consiste en una repetición finita de este simple principio. Nada más importa: El mundo se desvanece ante este anhelo, partida tras partida, intentando meterla antes de que sin que te la metan a ti. Es entonces cuando, llegando el juego en su clímax, ambos contendientes igualados, intenso el peloteo y un último arreón, suena un plaf y se hace el silencio. Un breve momento de estupefacción, y ambos bandos se miran, perladas de sudor sus frentes, agitadas sus respiraciones. La gloria para el ganador, efímera en tanto que una nueva partida está a punto de comenzar; para el perdedor, tan sólo la acerba derrota y un brazo dolorido...
No sabría decir porqué, pero este futbolín me resulta perturbador.
    Juego ideado en la Guerra Civil, -"en el Año de la Pera D.C., de la paja en ojo ajeno, de la búsqueda de setas en los crepúsculos de invierno", que dirían Siniestro Total- vestigio de una época en que el refocilo estaba muy caro; hoy sus postulados nos pueden parecer un tanto obvios, puesto que la mayoría de nosotros podríamos ser considerados teóricos de la materia, pero su práctica ha dulcificado la vida de múltiples generaciones y parece tener tener el futuro asegurado para solaz de nuestros hijos y nietos.
 

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