Relatos berracos:
Fiel al mi estilo y constancia, cada vez publico una marcianada mayor. Hoy les traigo un relato infecto que se suma a la poesía que redacté con ocasión de mi alabanza a Peter Molyneux en mi intento por destruir la credibilidad de cualquier género literario. Mírenlo por el lado positivo: si desoyen esta advertencia y deciden seguir adelante comprobarán que al acabar si todavía conservan ojos en lugar de cuencas humeantes cualquier cosa que lean a continuación les parecerá merecedora del Nobel de literatura. Y por cualquier cosa me refiero a las mayores simas de la inmundicia literaria: La Razón, las novelas de Tom Clancy, mis otros post, la saga Crepúsculo, los análisis de la Meristation, el Hola, los folletos de los evangelistas, los reanálisis de la Meristation, las novelas de vaqueros que vendían en los estancos y un largo etcétera. Y ahora, sin más dilación, el relato que les descubrirá los beneficios de las camisas de fuerza:
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La berracada del día II
HISTORIA DE UNA OFICINA CUALQUIERA
Paco, que desconocía los usos del papel higiénico, no recordaba haber comido chocolate y fue a lavarse las manos después de darle una palmada en la espalda a su amigo Inocencio que sólo venía a trabajar cuando estaba sobrio; o lo que es lo mismo, cuando se le acababa el dinero. En el último momento no pudo resistir la tentación y, con el grifo ya abierto, les dio un lametazo: definitivamente aquello no era Milka.
Marta, que llevaba toda la mañana chateando, vio como Paco salía lívido del excusado y con el cuello de la camisa impregnado del desayuno a medio digerir que le había visto devorar como un cerdo a media mañana. En ese momento oyó el paso renqueante de su jefe al que conocían cariñosamente como “ese putero de mierda” y, rauda, intentó cerrar las páginas que saturaban su escritorio, pero era demasiado proceso para un ordenador antediluviano y se quedó colgado. Bonifacio, que cojeaba sin ser cojo, se inclinó suavemente sobre el escritorio de Marta pero no se percató de sus preferencias como internauta porque no se fijó en el ordenador. Sin dar ni los buenos días se encaminó todavía más cojo que antes al baño de donde no salió en un buen rato.
Florinda, la secretaría de “ese putero de mierda” había dejado de cojear desde hace una semana pero ahora tenía magulladas las rodillas. Esta mañana les había indicado por signos que estaba acatarrada y no podía hablar. Nadie se explicaba como una mujer tan cuidadosa se rompía siempre los botones de la camisa, acababa tan despeinada y llena de cardenales. Eso por no hablar de su enorme propensión a tirarse pedos ninja: silenciosos pero letales.
Paco que había vuelto de comprarse su dosis y al que le temblaba todo el cuerpo por el mono pensó que nunca llegaría al baño para chutársela. Absorto en tales cavilaciones arroyó a Macario “el minusválido retrasado que hacía las fotocopias aunque no siempre de lo que le pedían”.
Paco se encontró con Bonifacio cuando este meditaba sentado en el trono: éste rió, Paco lloró.
Marta estaba harta de decirle a Paco después de montárselo con él que fuese a su proctólogo, que esos berridos en el baño no eran normales, que a la gente le cuesta pero lo de necesitar una transfusión después no es normal. Ante esto Paco callaba y su mirada se perdía en el infinito.
FIN
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