No sabría decir en que momento comenzó todo porque, como en la mayoría de cambios, sus orígenes se pierden en la bruma del recuerdo. Hace años, mi mirada debió sobrevolar el término con indolencia, ajena al fastidio con el que hoy nota su insolente persistencia; seguramente en una cafetería: remanso en que darse a la lectura de un diario tendencioso y adoptar un par de ideas de prestado entre sorbo y sorbo de café humeante... Mientras, a miles de kilómetros, un risueño Juan Valdez seguido de su inseparable mula, trota risueño colina arriba en esa arcadia que debe ser el campo colombiano: un acercarse a a un cafeto para comprobar la calidad del grano, certificada con otra sonrisa; un volverse al camino para al poco saludar a un amigable miembro de las FARC; Conchita, avanzando a duras penas tras su amo, quebrado el espinazo bajo las sacas, preocupada por el redoble en la lejana sierra, ignorante de la saña con que la DEA castiga lo más selecto de la industria agrícola del país; finalmente, Juan Valdez nota nuestra presencia y, recortado sobre la selva nos despide con el brazo. Con fastidio somos arrancados de nuestra ensoñación para regresar a una realidad en crisis. De nuevo entre las páginas del periódico, de nuevo con el respaldo de la silla clavándoseme en los riñones, aplanado el culo; me sorprende lo avanzado de la lectura y pienso en los titulares, quién sabe si párrafos enteros, leídos maquinalmente: ¿Habrán dejado algún poso en mi subconsciente?¿Se colaría así la fastidiosa palabra entre mis pensamientos, tuteándolos cada día con más descaro? ¿O la realidad fue bien distinta? Sea como fuere, percibo con tristeza la indiferencia que causa el amancebamiento de lo analógico y lo digital; que las redes sociales asomen por entre las páginas de ese delicioso anacronismo que es el periódico. La banalidad de unas desentona con ese pretendido ánimo de lavarnos el cerebro informar del otro, de trascender el mundanal ruido para comprender un poco mejor una realidad que nos asfixia. Twitter es una cacofonía vana: el siguiente y van... paso en la comunicación, los gorjeos de una comunidad a la que ya no basta con mutilar la gramática en pos de la inmediatez, sino que ahora se ha decidido por hace lo propio con las ideas, los conceptos...

Twitter, a diferencia de otras redes sociales, no busca una comunicación horizontal sino vertical, al estilo de esta santa casa: Blogger -la plataforma que me permite difundir mis ideas a una audiencia a la que no le importan, lo cual demuestra su enorme criterio. ¡Gracias Google!-. Precisamente por eso se la define como plataforma de microblogging. Con la brevedad de las entradas por seña, escasos 140 caracteres, parece recuperar una forma de escritura que se creía extinta,
conservada únicamente por un reducido grupo de literatos anónimos en los baños públicos: el epigrama. Twitter podría haberse convertido en un interesante proveedor de noticias, tal que un teletipo personalizado, o en el hábitat en que Paulo Coelho nos asaete a cuestiones de metafísica basura, pero lo ilimitado de la inventiva humana le ha asegurado usos bastante más lamentables. Podría extenderme más pero: ¿Qué les voy a contar a ustedes?
A simple vista, Twitter presenta dos problemas fundamentales:
- En primer lugar nos topamos con que los 140 caracteres se erigen en barrera formidable para desarrollar una idea de cierta complejidad; como mucho dan para aseveraciones u opiniones infundadas. Eso si pretendemos contar algo, sustancioso...
- El
graznador twittero promedio supone que los demás, sus incautos seguidores, han de sentir una extraña fascinación por toda cuanta chorrada se le ocurra, incluidos los pormenores de su miserable existencia. Algo que parece entroncar con esa aspiración humana de alcanzar la fama sin aportar nada de provecho: Fama por ser quiénes somos, fama que emana de nuestra persona, aunque esté revestida de la mayor de las mediocridades. Sin lugar a dudas esto refleja un problema de fondo mucho mayor que excede el ámbito de este análisis y, para que negarlo: de mi capacidad y paciencia.
Pero lo realmente inquietante es su parecido con un enorme patio de vecinos: Siempre prestos al linchamiento, a la grotesca deformación del boca a boca y a someter al pobre infeliz que ha tenido a mal atraerse el sambenito del
"hashtag" a la picota digital. ¿Pensaba que los ajusticiamientos públicos habían pasado de moda? No se engañe, ahora los autos de fe son
"trending topic": No hemos cambiado nada. Tampoco en lo de meter anglicismos con calzador: ¿Qué tienen de malo
"etiqueta" y
"temas más populares" para que no los quieran?
 |
#Estoyapuntodelkjdfakjkldsfjakyyyyyyyyyyyyyy |
Y eso pasa a la prensa, y, como es normal, me cabreo y pienso no ya en bandadas de pajarracos, sino más bien en una piara de cerdos famélicos alrededor de un pesebre vacío. En un porquero que se acerca con un cubo de desperdicios y que, tras verterlo, sale corriendo. Al instante, los cerdos se confunden en un torbellino de cabezas que pugnan por un bocado, cabezas que lanzan mordiscos al aire, de marranos saltando sobre los demás mientras retumba una cacofonía de gruñidos,
oinks y
gñies; cuerpos rosados cubiertos por una capa de barro y mierda; una pestilencia asfixiante. Siempre hambrientos, siempre esperando a una nueva ración de sobras.
La voracidad es el mayor de los males de la red que termina por trasladarse al papel. Trufando las páginas de polémicas estériles sobre tales o cuales palabras de una Mariló Montero, un Wert o una Amaia Montero, habitualmente sacadas de contexto. La reflexión completa de Mariló diluía un poco la estulticia de su tesis; Wert, aunque pésimo ministro de Educación, no es tan radical como parecía indicar la oración más dura de su discurso, excesiva sin la compañía de otras que la matizasen, y cualquier desdichado seguidor de Amaia Montero podría confirmar que su febril actividad a la hora de acuñar moñadas la expone a que de tanto en tanto haga saltar los plomos en mentes menos cándidas. Pero eso no pareció importar a los miles de
twitteros que se cebaron con ellos. Hecho que no hacen más que confirmar el ímpetu irreflexivo de los mismos, de su inflamabilidad ante la insensatez de cualquier pirómano.
Mi alusión al epigrama no era casual, puesto que se trata de una composición especialmente funeraria: Sellamos con cada twitt la tumba de nuestra cultura. Siglos y siglos de pensamiento abandonados a la putrescencia. Palada tras palada.
Twitter es una mierda. Suena rotundo, despojado de vehículo que ha de dárselo a entender. Sin matices, a lo bruto. Lejos de un trino, más cercano a la reverberación de un trombón, genuflexión de su autor, un sonido húmedo...